La bola de nieve inicia desde que el ser humano es un
ser social, inmerso en el cúmulo de gente que por necesidades de sobrevivir se
dio cuenta que juntos esta menuda tarea es más fácil. Implementando costumbres,
maneras de ver el cosmos, generando roles y tareas específicas... poco a
poco se fue organizando. La tarea se complicó cuando no solo hubo que
sobrevivir como grupo sino como especie, entonces se vió obligado a enseñar a
las nuevas generaciones toda esa cultura que, comprobado estaba, aseguraba la continuación
de la especie.
El ser humano nace como un cuerpo orgánico
extremadamente moldeable, pero esconde dentro, muy dentro, secretos que inciden
en su desarrollo y sobre todo en su aportación a la sociedad. Sin tener en
cuenta por el momento este oscuro secreto, veamos cómo el ser humano al ser
parido, la única humanidad que tiene es meramente de imagen. Casi ninguna de las
características que determinan al ser humano, existen en el momento del
alumbramiento. No podemos confiar en que el bebé tome la decisión más simple o
que se abrume al ver las pinturas de Vermer o que tenga las mínimas normas de
higiene o al menos que sonría. ¡Qué sonría!
No hay nada de qué preocuparse.
La sociedad de la que hablaba se encargará de darle
a este nuevo humano no solo la protección física mientras supera su inutilidad
temporal, además lo cobijará con todo un sistema de creencias, valores,
roles y tareas... todo para que pueda ¿desarrollar sus potenciales, o para que
pueda servir a la sociedad, o ambas? ¿Puede el humano en desarrollo envuelto en
la camisa de fuerza de la sociedad tener capacidad de decisión o es que sus
decisiones están ya determinadas con base en lo que la sociedad necesita?
¿Quién o qué determina lo que la sociedad necesita? ¿El androcentrismo?
Si queremos enchiladas vamos a deshebrar el pollo.
Partamos de los hechos: el hombre organizado, la
sociedad como protectora de la humanidad, la educación como la herramienta para
convertir a los individuos en una parte
funcional de la sociedad. ¿Existe una educación que haga a los individuos ir en
contra de la sociedad o al menos contra la cultura (toda esa madeja sistemática
de valores y creencias) que ha creado esa sociedad?
Desde pequeños nos dicen que hay que ser buenos niños,
que hay que ser “educados”, decir: buenas tardes, buenos días o buenas noches,
como saludo formal dependiendo de la hora; hay que decir perdón cada que uno
eructa; si uno quiere entrar al salón de la primaria deberá pedir permiso; si
llegan los abuelos a la casa es correcto saludarlos y darles beso, aunque nos parezca que tienen una piel no digna de tocar con los labios. Poco más adelante, en la adolescencia, nos enseñan a cortejar y a ser cortejadas. Nos enseñan cómo
debe comportarse un “caballero” y cómo una “damita”. Y nos dan una lista de
instrucciones de manera constante que me recuerdan los telares, de donde sean
no solo oaxaqueños: un patrón dos polos ya prefigurado que con cada movimiento de las
manos va multiplicándose, y además es complementario en ambos lados: abre la
puerta del carro para que se baje, no te bajes hasta que te abra la puerta;
debes llevarle serenata, si te quiere te traerá serenata; a las mujeres les
gustan los chocolates, flores, joyas; a los hombres les gusta solo el sexo.
Y así toda la vida del humano, adoptando
condicionamientos que la sociedad toma como buenos o aceptables. Estos patrones
se refuerzan a través de los medios de comunicación, de la familia, de los
amigos, de todas las estructuras sociales y en particular: de la escuela.
¿Qué diferencia existe entonces, entre un perrito que
aprende a dar la mano con un niño que aprende a decir hola o entre un oso
bailarín y un mozo llevando flores a la doncella? ¿Es la sociedad el domador del humano?
Oscarín trabaja en Aparicio y Asociados. Su padre es
Oscar Aparicio, hijo del abuelo Don Oscar quien fundó junto con su papá, el licenciado
Oscar Aparicio tan distinguido bufete de abogados. Por su parte, Enrique vende
tamales, su hermano tiene una vulcanizadora que atiende junto con su papá, les
gusta el barrio y sin no son ricos si son muy felices. Ana María quiere que sus
hijas encuentren un buen marido, por eso las mandó a la Universidad.
Los condicionamientos sociales no solamente son en
modos de saludar o en cómo conseguir novio o novia, sino en la creación de
identidades y destinos. Estos condicionamientos se establecen gracias a la
educación, no en el ámbito institucional, sino en el carácter de transmisión
cultural de una generación a otra. Condicionamientos que la sociedad acepta,
promueve y conserva. ¿Se deben considerar estos condicionamientos, esta
transferencia cultural como educación?
El oscuro secreto que tiene guardado el humano es su
código genético que condiciona de manera biológica aspectos tan importantes del
ser como la predisposición a ciertas enfermedades. Este código también
encripta rasgos de la personalidad del
individuo e influye en la forma en que apreciará y asimilará el mundo. Como
dice Moreno somos como un filtro a partir del cual se reconstruye y representa
la realidad, o al menos una versión de ella. Pero no podemos confiarnos porque
la sociedad impone desde pequeños otros filtros que dejan poco desarrollo de
esta personalidad biológica. El rayo de esperanza es esta naturaleza, independiente de la sociedad, que parece darnos la capacidad de filtrar y
representar la realidad de un modo no solo particular y único, sino
personalísimo.
Es necesario vislumbrar entonces otro aspecto, otro
lado de la educación además de los que se han tocado. La educación como un
proceso de construcción de nuevo conocimiento. El cual se puede dar de dos
formas descubriendo nuevas cosas nuevas como la Teoría de la
Evolución; o poniendo en duda lo que ya se ha dicho, cuestionando lo que
actualmente sabemos como “cierto”, la Teoría Geocéntrica, por ejemplo.
Podemos ver entonces una diferencia clara entre este
aspecto de la educación con solo amaestrar
a alguien. El oso bailarín dejará de hacerlo por la falta de estímulos
pero no porque haya querido cuestionar el mero acto de bailar. El humano por la
interacción con diferentes formas de percibir el mundo, es decir, con
diferentes personas, tiene influencia
que aprovecha y tamiza con su capacidad de análisis y de acuerdo a sus
necesidades personales. Sin embargo, para que este hecho exista debe haber un
detonante que lo haga romper con los condicionamientos que trae a cuestas. En
caso contrario el humano puede seguir reproduciendo esquemas y comportarse como
animal amaestrado.
Educar para cuestionar es la mayor diferencia que
puede haber entre los procesos de educar y amaestrar. Cuestionar para crear
nuevos conocimientos, nuevos hábitos, nuevos condicionamientos que en algún
momento deberán ser cuestionados por alguien más. ¿Pero cómo llega el ser humano
a cuestionar? ¿Es un condicionamiento más que es transmitido por cierto grupo
humano a otro? Es posible, mucho. Entonces, ¿cómo podemos diferenciar un
amaestramiento de la educación?
Si bien es cierto que la sociedad condiciona al ser
humano, acotaremos al amaestramiento como un condicionamiento, sí, pero de
proporciones cortas, con tareas sumamente específicas y que responde a estímulos negativos o positivos. La
interiorización de una cultura social del individuo es educación, no se valora
si los conocimientos son buenos o malos, si son convenientes, éticos o
negativos. En la educación puede haber conciencia de los condicionamientos o
no, en el amaestramiento en ningún caso la hay.
La educación crítica, que cuestiona el status quo de la sociedad debería ser institucionalmente
promovida.